La Iglesia de todos

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN.

Muerto Jesús, se les hizo de noche a todos los que le acompañaban. Sin Cristo no les quedaba más consuelo que ir a su tumba a desahogarse, a llorar; con el cadáver de Jesús habían quedado enterradas también todas sus esperanzas. Será María Magdalena la primera en ir al sepulcro cuando aún estaba oscuro. Al llegar, se percata de que la losa del sepulcro estaba quitada. Esto la lleva a pensar que alguien se lo ha llevado.

Corriendo, vuelve a comunicar a Pedro y Juan que el cadáver no está en el sepulcro. El primero en llegar fue Juan, quien miró y sin entrar vio los lienzos tendidos. Luego llegó Pedro, entró en el sepulcro, vio los lienzos y el sudario en sitio aparte. Uno y otro se encontraron con algo sorprendente, sólo estaban los lienzos y el sudario.

La experiencia de cada uno de los dos fue distinta ante la tumba vacía. Juan “vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: qué él había de resucitar de entre los muertos”. Pedro regresa a casa confuso y María Magdalena se queda junto al sepulcro tratando de encontrar el cadáver del Señor. En momentos distintos y de distintas maneras irán descubriendo que Cristo ha resucitado.

El evangelista Juan nos invita a acompañar hoy a María Magdalena al sepulcro en busca de Jesús, donde tantas veces han quedado sepultadas nuestras esperanzas y alegrías, nuestra fe y nuestro amor. La primera impresión de María Magdalena puede ser la de muchos cristianos: “Se han llevado a Jesús”. La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién nos lo ha robado? ¿Realmente creemos que Cristo resucitó? Sólo siendo testigos personales de la resurrección, nuestra vida puede cambiar.

Varias veces había anunciado Jesús a los discípulos que resucitaría; pero, pese a lo mucho que habían visto en Él, no llegaron a entender; para ellos la muerte supuso el gran fracaso tanto de Jesús como de los que le seguían. Sólo cuando fueron testigos de la resurrección, su vida dio un vuelco total, de tal manera que, a partir de ese momento, ya nada les separaría del amor de Cristo: ni tribulaciones, ni angustias, ni persecuciones, ni el hambre o la desnudez, ni peligros, ni persecuciones.

Dios quiere también nuestra resurrección, quiere quitar las losas que nos aplastan y nos ciegan. Tratemos de buscar a Cristo. Si queremos encontrarnos con Él, tenemos que buscarlo donde realmente se encuentra, caminando con él, meditando la Escritura. Necesitamos que la Biblia nos enseñe el significado y la importancia de Jesús.

Los primeros cristianos creyeron no sólo porque la tumba estaba vacía, sino porque, como Juan, vieron y se encontraron con Jesús resucitado. Sólo así podremos afirmar como los Apóstoles: “¡Cristo ha resucitado! Y nosotros somos testigos”.

Que ésta sea hoy y siempre nuestra convicción y nuestro anuncio al mundo: Cristo ha resucitado.

FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN.